Si eres como la mayoría, alguien te habrá herido alguna vez en la vida. De niño habrás sufrido un rechazo intenso o en este mismo momento quizás tengas una relación que te resulte ser una dosis diaria de dolor.
El dolor, sin importar su intensidad o duración, nos prepara para convertirnos en esclavos del resentimiento y la amargura. Nuestra tendencia natural es recordar las cosas malas que otros
nos hacen. Sin darnos cuenta, empezamos a ver la deuda que nos deben quienes nos ofendieron. Empezamos a esperar que de alguna forma nos compensen por la tensión emocional que dejaron en nuestra vida.
nos hacen. Sin darnos cuenta, empezamos a ver la deuda que nos deben quienes nos ofendieron. Empezamos a esperar que de alguna forma nos compensen por la tensión emocional que dejaron en nuestra vida.
El deseo de vengarnos a menudo da lugar a conversaciones imaginarias que nos gustaría disfrutar y planes que quisiéramos tener el valor de realizar.
Esta es una de las clases de esclavitud más dañina. He visto hombres y mujeres destruir a los que más quieren porque se niegan a resolver sus resentimientos. El resentimiento es como una fuente venenosa. Riega su veneno con cada persona con quien se relaciona. Por consecuencia,
esposos, esposas, hijos y empleados que no tienen nada que ver con la causa del dolor se convierten en las víctimas.
Hay una salida. Es realmente muy sencillo: perdonar. Me dirás: <
Realmente consiste en solo un detalle: encariñarte con la mentira de que de alguna forma los que te ofendieron te deben algo. Perdonar es simplemente liberar la mente de la obligación que tenga cualquier que te haya ofendido. <
Eso es verdad. Pero piensa en el dolor y la pena que te siguen causando por resistirse a olvidar. Coloca en una balanza el gozo temporal que posiblemente experimentes al contemplar la venganza y compáralo con los resultados negativos en tus relaciones con otros. Dime, ¿vale la pena?
Cuando se trata del perdón, Jesús fijó las reglas. Medita por un momento en estos pensamientos: Quien tuvo la mayor de las razones para no perdonar, pagó el más alto precio para perdonarnos. Jesús murió para que fuera posible perdonar, y después de preparar el camino, te perdonó.
Para nosotros perdonar es una sencilla decisión mental. Para Cristo fue asunto de vida y muerte. Escogió la muerte para hacer posible que tú vivieras.
Entonces, si Cristo estuvo dispuesto a olvidar la deuda que tenías con Él, ¿quién eres tú para negarte a olvidar a los que te han ofendido?
Además, ¿qué vas a ganar si continúas aferrándote a tu dolor? ¿Por qué no lo olvidas ahora mismo?
Bendiciones hermana. Gloria a Dios por éste estudio, en verdad es edificante. Además, vieno como unan brisa fresca matutina sobre nuestros corazones. :)
El Eterno le bendiga en sobremanera.